martes, 17 de julio de 2007

El presidente, ante el peor escenario en el peor momento

No hizo falta consultar a ningún vocero para conocer el estado de ánimo que embargaba anoche al presidente Néstor Kirchner. En poco más de un mes debió echar a dos funcionarios, y pedirle la dimisión nada menos que a su ministra de Economía. Los tres, Felisa Miceli ahora, como Fulvio Madaro y Néstor Ulloa antes, debieron irse a sus casas sospechados de estar vinculados con hechos de corrupción. Un duro golpe para el santacruceño, que llegó a la Casa Rosada enarbolando la bandera de la transparencia. Y que le sucede justo ahora, a tres días del lanzamiento de la candidatura presidencial de Cristina Fernández, quien debería representar un cambio dentro de la gestión iniciada en 2003.

BAHÍA BLANCA (La Nueva Provincia).- Kirchner, se dice, no tuvo otro remedio que entregar ayer la cabeza de Miceli. Su resistencia llegó hasta el momento mismo de la fuerte reunión que en horas de la tarde mantuvo con Cristina Fernández en la residencia de Olivos. El Jefe de Gabinete fue testigo de parte de ese encuentro, en el que la primera dama habría hablado de la necesidad de dar ese paso en dirección a presentar desde ahora, como algo más que un mero slogan, que ella llegará a la Casa Rosada para darle un nuevo aire a la institucionalidad perdida.

No fue sólo la férrea oposición de Cristina a la continuidad de Felisa, mientras pendía sobre la ahora ex funcionaria un llamamiento de la justicia. Al presidente, que le había prometido a la ex ministra que la apoyaría para que defendiese su posición ante los tribunales, se le vino la noche cuando el fiscal Guillermo Marijuan le pidió al juez Daniel Rafecas que la llamara a indagatoria. Se lo hizo saber ayer por la mañana en su despacho, en una reunión a solas. "No me queda margen", le habría dicho. Fue el principio del fin.

El gesto de Miceli de entregar ella misma su renuncia a Alberto Fernández cuando caían las primera sombras de la noche fue para ella un paso sugerido desde la Casa Rosada. Hasta último momento, había estado con sus abogados elaborando el escrito que ella misma quería presentar ante el juez Rafecas para defender su posición. Fue alrededor de las cinco de la tarde cuando recibió un llamado desde el primer piso de Balcarce 50. Allí abandonó esa reunión y con gesto grave dijo: "ya está, hasta aquí llegué, me fui".

Entre la renuncia de Felisa y el anuncio de la designación de Miguel Peirano para reemplazarla y terminar la gestión que vence el 10 de diciembre, quedaron en el camino un par de opciones que impulsaron desde distintos sectores del gabinete. Por un lado, la idea de aprovechar el despido de Miceli para desdoblar el ministerio. Sonaron en rápido reguero Carlos Mosse como futuro ministro de Hacienda, y Peirano como titular de una nueva cartera que se llamaría de Industria y Producción.

También se había dicho por la mañana que el presidente le pediría al actual viceministro, Oscar Tangelson, que se hiciera cargo hasta el 10 de diciembre. Una reunión a solas cuando caía la noche entre Kirchner y Mosse despistó a todos. Porque casi al mismo tiempo desde Jefatura de Gabinete se anunció que Peirano, que jurá hoy en el Salón Blanco, era el elegido.

Felisa se fue de la Casa Rosada tan visiblemente molesta como cuando llegó. Su promesa de ofrecer una conferencia de prensa en el Palacio de Hacienda quedó en la nada. "Mejor que no hable ahora, que se tome un tiempo", dijo su vocero, dando a entender que la ministra tiene bastante para decir una vez que se aquieten las aguas.

Una pregunta flotaba anoche en algunos ambientes del kirchnerismo y hasta entre propios funcionarios del poder. ¿Sigue ahora el turno de Romina Picolotti, la secretaria de Medio Ambiente sobre la que pesan cuatro denuncias penales? La sola idea de que en días más el presidente tenga que entregar otra cabeza por sospechas de corrupción era demasiado pesada.


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